La Jornada, Michoacán viernes 28 de marzo de 2008
La exposición de la danesa Eva Gerd y el mexicano Alejandro Gómez de Tuddo, en el MACAZ
Departamento de Salud Mental, evocación de una etapa oscura de los psiquiátricos italianos
La muestra artística expresa los contrastes, la ambigüedad y la perturbación humana
CARLOS F. MARQUEZ
Piezas de arte objeto de Eva Gerd en el Museo de Arte Contemporáneo “Alfredo Zalce” Foto: IVAN SANCHEZ
Actualmente se expone en el Museo de Arte Contemporáneo “Alfredo Zalce” (Macaz) la muestra Departamento de Salud Mental (DSM), elegía de la locura en la que el instrumental quirúrgico es presentado como el vestigio de una etapa oscura en la historia de los psiquiátricos italianos y que la artista danesa Eva Gerd transmite con la resonancia de un grito metálico, sofocado con la sutileza del satín negro que sirve como lecho fúnebre de la demencia.
DSM conjuga dos propuestas artísticas que abordan no tanto la locura, sino las formas clínicas (en su acepción de reflejo de las políticas públicas de un país) de mitigar el trastorno mental: el mexicano Alejandro Gómez de Tuddo ofrece una serie de fotografías en las que el espacio físico del manicomio se hace patente con toda la dureza de la desolación y el abandono, y la danesa Eva Gerd recurre al dibujo y el arte objeto para tratar de romper o acentuar la carga semántica del instrumental quirúrgico utilizado en el hospital psiquiátrico, pero el tratamiento que hace de estos objetos los ubica en la ambigüedad de sus fines clínicos o de tortura.
Eva Gerd comentó que DSM surgió al momento en que Alejandro Gómez entró a un manicomio en Italia que fue cerrado después de que el Parlamento italiano promulgará la Ley Basaglia, con lo que en medio de polémicas se abolieron los manicomios y terminó así una historia de violencia desplegada contra los indefensos enfermos mentales.
Gómez de Tuddo nos muestra en sus fotografías los espacios de un psiquiátrico en el que pareciera que la vida fue arrancada de súbito; la silla de ruedas sigue observando la luz que se filtra por la ventana y otros objetos de uso cotidiano, como el papel de baño levemente desenrollado como si estuviera a punto de ser usado, construyen una perturbadora imagen de la vida suspendida, apenas alimentada por los ecos de la breve historia.
Las composiciones con encuadres que evocan la intimidad y una luz manifiesta en duros contrastes, hacen que las fotos de Gómez de Tuddo se transfiguren en los vocablos de la demencia de los objetos eternizados por el olvido, pero librados de la ausencia de aquellos locos que jamás llegaron a la cita con la lente, pero que están ahí; escondidos en las cuerdas, cartas, fichas, bitácoras y cerebros en formol que el fotógrafo encontró en losrestos naufragados de la nave de los locos.
Con su oficio de escultora, Eva Gerd ofrece otro panorama y desde los objetos mínimos, pero no por eso menos incisivos, traza la trayectoria anímica de los individuos en reclusión. Da vida a los objetos quirúrgicos mediante dibujos que son el referente de un primer impacto visceral al entrar en contacto con los vestigios del dolor y en el sentido opuesto a Gómez de Tuddo que perpetúa lo inerte mediante la fotografía, sustrae al escalpelo, los forceps, las pinzas y las jeringas de su densidad de acero para transformarlos en huesos, ramas secas y en retoño, por virtud de una depurada técnica dibujistica.
En otro apartado de la exposición Eva Gerd cierra el ciclo de los rituales creativos en torno a la locura y salda una deuda con las más puras pulsiones humanas. Si mediante el dibujo insufló vida al instrumental quirúrgico devenido en sui generis naturaleza muerta, con el arte objeto da lugar a los ritos funerarios por la ignominia.
En una sala a media luz que abraza al espectador con cierto influjo místico, la escultora presenta una serie de cojines forrados con satín negro que son similares a las almohadillas en las que se colocan los objetos sagrados y sobre ellas coloca los instrumentos quirúrgicos que han sido sutilmente intervenidos para trastocar considerablemente su carga simbólica original; forra el metal con tersas telas, los envuelve en finos hilos y embalsama de una vez por todas un capítulo de la locura que sigue gritando desde el metal, sólo que ahora lo hace con el matiz de una sonata sordina.
Para finalizar, es propicio comentar que durante los últimos dos meses, el MACAZ ha concentrado su agenda para tener una intensa actividad de exposiciones que comienzan a delinear un nuevo y necesario perfil para este recinto. Las muestras Vector Monarca, de Patrick Beaulieu; Lejanía, de Estela López Solís; Diantres, soy un juguete, este es un lugar terrible, de Pablo Cotama y Departamento de Salud Mental, de la dupla Eva Gerd y Alejandro Gómez de Tuddo, confieren al museo un rostro más cercano a su vocación de contemporáneo, al tiempo que lo transfiguran en un caleidoscopio de lenguajes artísticos donde tiene cabida tanto el arte emergente mexicano, como las propuestas internacionales y las exploraciones formales a que se arriesga el arte visual local. De seguir con esa línea de apertura a los derroteros estéticos más experimentales o vanguardistas, el MACAZ podría encausarse en su transformación como un motor que podría inducir la renovación del ejercicio visual de la entidad.